Es curioso como recordamos las cosas, como ciertas frases cobran una nueva vida luego de que las llegamos a entender mejor «las memorias y los recuerdos, se vuelven más pesados con el paso del tiempo» ahora creo que puedo llegar a comprender esto aún mejor.
A él, lo recuerdo como un gigante de tres metros, robusto y fuerte, pero con la gentileza en su mirada, esa mirada cálida y dulce, de lento andar, pero muy vivo en la cabeza, con su bigote y su panza holgada, quizás ahora con los años, lo recuerdo más de lo que era, pero eso nos pasa cuando somos criados a la sombra de un gigante.
Lo recuerdo justo, paciente y tranquilo, lo recuerdo sonriente, sereno y siempre alegre, aguerrido y con muchas fuerzas. Por más que pase el tiempo y se ensañe contra mi memoria, lo recuerdo, a veces no puedo evitar verlo en la calle, algún parecido con otro en su manera de caminar o en sus tantas cosas que por más que se aferren a mi memoria se desvanecen, por aquello del tiempo. Lo recuerdo a pesar de que ya hace más de quince años que no lo veo, lo recuerdo como lo vi esa última vez, con su peinado impecable, su chaqueta marrón y sus ojos aguados, mientras yo esperaba abordar un avión que me mantendría alejado por tantos años. Aun así, lo recuerdo en su despedida, en su cálido y abrumador abrazo, en las manos de un gigante que eran tan suaves y delicadas como plumas.
Cada vez en cuando lo recuerdo, quisiera recordarlo más pero no puedo evitar que pase el tiempo, no puedo evitar pensar en las muchas cosas que nunca le pude decir , porque hasta ese fatídico día que recibí esa llamada a miles de kilómetros de distancia ,supe que sentía o tan siquiera existían, quisiera no tener que recordarlo, quisiera no tener que recurrir al pasado para verlo y solo salir al corredor de la casa donde pasamos tantas noches juntos, frente al televisor y compartir con él unos minutos más, que me hable de fútbol, de lo gloriosa que era la Liga Deportiva Alajuelense en sus tiempos, de como ya nada es como lo era antes, que me hable de lo importante que es el trabajo, de lo que significa ser un hombre, que me hable de todo lo que me decía y yo no entendía, de todas las cosas que me enseño y que no supe como atesorar, de no saber lo afortunado que fui por haber nacido en su linaje, que aunque muy lejano de ser un rey, era un caballero y un hombre ejemplar hasta el más extenso uso de la palabra, pero con la humildad necesaria para detener su paso ante la vida.
Lo recuerdo como ese gigante cálido de tres metros, ese roble que a pesar de que ya no está, sus raíces quedaron muy bien arraigadas, lo recuerdo cómo me lo quitaron muy rápido y muy lejos, lo recuerdo ahora distante pero nunca ausente. Lo recuerdo y espero que nunca se me llegue a olvidar ese paso lento, esa tierna mirada y esos consejos que de chiquitito me regalaba, ese gigante de tres metros, ese roble, Don Antonio Campos Mora, mi héroe, mí roble, mi abuelo.